Por Pablo Domínguez
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En cierta oportunidad, el fundador de una empresa exitosa, ubicada en provincia, se nos acercó para que le ayudemos en la incorporación de su hijo Juan, en quien había puesto sus mayores expectativas.
Juan había estudiado su carrera universitaria con éxito e inclusive durante un año se desplazó a la empresa encargándose de los temas de marketing. Sin embargo, al contraer matrimonio se estableció en Lima, donde también trabajaba su esposa, y la opción de incorporarse a la empresa familiar se fue alejando.
Ante esta situación le aconsejamos que el primer paso debía ser crear una posición en la empresa que significase un reto directivo y emprendedor al mismo tiempo. Para este fin se organizaron los diferentes negocios en dos divisiones y se ofreció a Juan la división con mayor potencial y complejidad.
A Juan este planteamiento le pareció adecuado e interesante, sin embargo, el pedirle a su esposa que se traslade a provincia lo veía muy complicado, dado que además ella había realizado sus estudios universitarios en Europa.
Ante esta situación Juan se vio en medio de un importante conflicto personal. Por un lado estaba su deseo de continuar la labor empezada por sus padres y por el otro reconocer que el cambio que le tendría que pedir a su esposa era fuerte.
Además, al haber seguido una maestría en dirección, era consciente que suceder a su padre requería no solo destreza en llevar los negocios sino también en poder ganarse la confianza de los trabajadores.
Finalmente, el cariño que se había generado, en el, hacia la empresa inclinó la balanza hacia su incorporación plena a la empresa familiar. Los primeros tiempos fueron difíciles, sin embargo, el cariño y compromiso que mostró desde un primer momento, termino animando a la esposa a aceptar el reto.
Este cariño y compromiso con la empresa familiar que experimentaba Juan, no era espontáneo. Fue construido por sus padres desde niño, a través de visitas a la empresa, explicaciones sencillas del negocio y sobre todo por el ejemplo que vio en sus padres durante toda su juventud.
Este sentimiento de cariño y compromiso se conoce como propiedad emocional. Es decir, el miembro de la siguiente generación se siente propietario desde muy joven aunque no posea formalmente dicha propiedad. Este sentimiento permite también lograr la confianza de los trabajadores ya que ven en el hijo el mismo compromiso y entrega de su padre.
Por este motivo es muy importante que el fundador o la generación al mando, planifique y lleve a cabo acciones concretas que vayan despertando este sentimiento de propiedad emocional en la siguiente generación mientras sean jóvenes. Esta tarea es una de las importantes que se desarrollan en el Consejo de Familia.
¿Está usted generando de manera ordenada la propiedad emocional en sus hijos?